En el pensamiento político, la república parece que ha carecido de identidad, lo que no es el caso de la monarquía. Cuando Maquiavelo clasifica las formas políticas en monarquía y república, incluye en ésta la aristocracia y la democracia. Se pone a un lado la monarquía y a otro lo que no es monarquía. La república era la no monarquía y se identificaba no por sí misma, sino por oposición a la monarquía.
Durante los siglos XVI y XVII hay otro uso del término república para significar la comunidad política, el Estado. Todavía el término Estado no era usual y se prefería utilizar la expresión república. Al menos desde la Revolución francesa, la identificación de la república por oposición a la monarquía no era realmente indefinición porque apuntaba de modo inequívoco a la democracia. Por eso, también durante mucho tiempo se han empleado como sinónimos los términos de república y democracia.
Con la llegada del régimen constitucional la forma republicana experimentó una fuerte expansión, con la correlativa retracción de la monarquía. La república se erigió en símbolo: frente al mito político-religioso de la Corona, la república simbolizó la razón, el laicismo, la ley, el progreso.
Sin embargo, después de la evolución experimentada por la monarquía, es insostenible la sinonimia exclusiva democracia = república porque el régimen democrático es compatible tanto con la jefatura monárquica como republicana del Estado.