En oposición a la idea aséptica de la democracia como método se alzó la idea de la democracia militante, con sus valores y con su defensa.
Se reconocen amplias libertades de expresión, asociación, reunión y manifestación, con límites expresivos y garantías frente a sus eventuales excesos.
Se definen unos tipos delictivos para quienes, pasando de la dialéctica de la palabra a la de las armas u otras formas de violencia, actúan contra el Ordenamiento constitucional y contra las personas y sus bienes.
Las democracias occidentales se niegan a ilegalizar los partidos políticos que adopten estas actitudes, por considerar que vulnera el pluralismo político, y la democracia.