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El primer proceso de formalización de las libertades públicas se produce con las declaraciones americana y francesa, a finales del siglo XVIII , ambas parten de unos postulados comunes que toman como punto de partida la autonomía individual, la distinción entre una esfera individual –innata e inalienable- y la comunidad. Se produce, así, la ruptura entre individuo y comunidad.

Al mismo tiempo, tiene lugar la ruptura entre religión y política, Iglesia y Estado, la sustitución del carácter comunitario e imperativo de las creencias por la dimensión individual y electiva de las mismas. La religión deja de ser una institución política para convertirse en una cuestión personal, un derecho inherente a la persona, una libertad de elección que podrá ejercer individual o colectivamente.

La primera declaración formal de esta doble dicotomía está en la Constitución de los Estados Unidos de América, 1787. La Primera Enmienda prohíbe al Congreso el establecimiento de una religión y garantiza la libertad religiosa, refleja los dos postulados básicos de la separación Estado-Iglesia y del reconocimiento de la libertad religiosa.

El origen de las libertades en Europa lo encontramos en Francia, la Revolución francesa contenido en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Va a reconocer en el art. 10 que "Nadie puede ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, en tanto que su manifestación no altere el orden público establecido por la ley", y en el art. 11 "la libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciados del hombre, todo ciudadano puede, por tanto, hablar, escribir e imprimir libremente, salvo la responsabilidad que el abuso de esta libertad produzca en los casos determinados por la ley". La Declaración reconoce así, expresamente la libertad de pensamiento y de creencias, así como la libertad de expresión por cualquiera de los procedimientos habituales (J.A. Souto).

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